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lunes, 3 de junio de 2013
En un pueblo de la Cordillera de los Andes, vive Cholito, un niño muy querido por la gente del lugar.
Cierto día, por pura casualidad, Cholito encontró  Ichi Ocllo, el duende, sentado sobre la piedra de un molino, leyendo atentamente el pequeño libro.
Cholito con mucha curiosidad por ver que contenía el libro, entro en la casa y lo cogió sin permiso. Entonces Ichi Ocllo monto de cólera y desapareció al instante dejando el lugar lleno de humo.
Cuando el humo se despejo, Cholito encontró un mensaje que decía: “Búscame al otro lado de la pirca, donde acababa las chacras”.
Cholito sin comprender porque Ichi Ocllo le pedía que lo buscara, se dirigió al lugar. Salto la pirca y, al ir cayendo, se dio cuenta que acababa de lanzarse de la cordillera a un abismo que parecía no tener fin.
Cuando Cholito llego al suelo se sorprendió de no haberse hecho daño y se dio cuenta que estaba en un lugar lleno de sembríos, frente a una casa muy alta, de dos pisos, desde donde lo contemplaba un hombre, que no era sino el mismo Supay, el maligno.
El Supay lo recibió enojado, diciéndole que por haber molestado a su hijo, Ichi Ocllo, le iba a dar un trabajo; llenar en sacos todo el trigo cosechado de sus chacras; y le advirtió que si para el día siguiente no estaba listo, lo castigaría.
Se hacía de noche y Cholito no terminaba. “Ni trabajando todos los días en un año, acabare este trabajo”, pensó. Viéndole triste, unas hormiguitas se compadecieron y decidieron ayudarlo.
Por la noche, ante su sorpresa, todas las hormiguitas de los cerros cercanos, convertidas en hombres, bajaron a realizar muy alegremente el trabajo con él. Al amanecer, estaba listo todo. Y así el niño pudo cumplir.
Tempranito se presentó ante Supay, quien no podía creer lo que sus ojos veían, pero disimulo y sonriendo malignamente, le dijo: “Aun no puedes irte, te faltan dos trabajos más todavía”. Esta vez debería amansar a unos caballos chúcaros que se veían al frente. Los quería para el día siguiente.
Al mediodía, mientras Cholito asaba carne para alimentarse, un águila se posó en una roca cercana, y como el niño le ofreciera un pedazo de carne cruda, agradecida el ave, prometió ayudarle en el segundo trabajo.
En la noche, el águila, a picotazos y aletazos, amanso a los caballos.
El Supay se quedó mudo viendo a los caballos mansos. Entonces le dio el último trabajo; engordar a un toro flaco, cari moribundo, para un banquete que debía dar al día siguiente a sus invitados.
La hija de Supay, al escuchar lo que decía su padre, se compadeció de Cholito y le ayudo, dándole un toro unas hierbas mágicas, con las que engordo tanto, tanto, que iba a reventar.
Cumplidos los trabajos, y guiado por la niña, Cholito regreso a su pueblo, donde lo esperaba su mama, sus hermanitos y su amado venadito Lucero, a quienes había extrañado mucho. Y lleno de felicidad corrió abrazarlos.

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